domingo, 16 de enero de 2011

78 Minutos

A lo largo del pasado año 2010, hemos dedicado una hora y dieciocho minutos a guardar silencio para homenajeara a las víctimas de la violencia de género, setentiocho en total. No creo que guardar silencio sea una buena forma de honrar su memoria. En un asesinato, la agonía nunca suele ser silenciosa, más bien el dolor obliga a la víctima a gritar para pedir auxilio, que, muy a menudo, tal como el miedo, que ha sentido, le indica, no vendrá. Por eso digo que tal vez estaría mejor gritar y gemir un minuto, como las antiguas plañideras, en lugar de guarda silencio, porque eso todo el colectivo social lo hemos hecho ya, durante mucho tiempo.
Cada vez que hay un nuevo caso de violencia de género aparece en televisión el típico vecindario que asegura que “parecían una pareja de lo más normal”, en verdad lo más duro que se oye es “bueno, de vez en cuando alguna discusión”. Después de declarar esto ante las cámaras, el vecindario y la familia, en complicidad con las instituciones municipales, irán hasta alguna plaza pública a entrelazarse las manos con la cabeza gacha, añadiendo un minuto más de silencio a su larga trayectoria en esta línea.
¿Conocéis a alguien que haya sufrido malos tratos (sean o no de género)? Yo sí, a varias personas. Y creedme, sólo se diría que no les pasaba nada siendo ciego, sordo y mudo, e incluso en tal estado sería difícil decirlo, porque sus caras, sus gestos, sus expresiones, sus miedos, delatan su sintomatología. Sí, he dicho sintomatología, la violencia de género es una enfermedad social que muestra sus síntomas en quienes la padecen. Por ello, y, porque me parece imposible que alguien que está pasando por el trance no sea reconocible, encuentro hipócritas los minutos de silencio, y las banderas a media hasta en el balcón de los ayuntamientos.
Se ha dicho que la violencia de género es una guerra, pues bien, las guerras no se ganan condecorando a los caídos, se ganan anticipándose a los movimientos del enemigo. Cada minuto de silencio viene siempre precedido por días, puede que por años de inacción. Aunque la víctima no lo pida, es imperativo ayudarla. La responsabilidad del ciudadano no puede ser abandonada en manos de las autoridades, especialmente, cuando estas se comportan como un prisionero encadenado a su propia burocracia. Si no clamamos a la responsabilidad individual jamás resolveremos el conflicto. El maltratador, contrariamente a lo que se cree, no obedece a patrones culturales machistas; en la mayoría de los casos es simplemente un cobarde que emplea a la víctima de su sadismo para compensar sus frustraciones presentes, o pasadas. En muchos casos, su condición de cobarde lo amedrentará con recibir un contundente aviso de quienes le rodean, pues él nada teme más, que ser reconocido por los ojos que no domina, como el sujeto vil y miserable que es. Dicho esto, debemos abstenernos también de tomarnos la justicia por nuestra mano, nuestra sociedad no puede retornar al carácter primitivo de una jungla. Nuestro objetivo debe ser remodelar el poder judicial desde nuestra iniciativa como pueblo: día tras día llamando a su puerta, adoptando una crítica racional a la par que ruidosa contra sus flacas sentencias, y, sobre todo, reclamando un acercamiento de las leyes establecidas hacia la ética social. El derecho garantista de la presunción de inocencia, aunque debe existir en democracia, no puede convertirse en la herramienta que desarme por completo a la víctima inocente.
Conseguir reformar las instituciones y la actitud popular puede ser un camino arduo de recorrer, pero, en los dieciséis días de este año dos mil once, ya han muerto dos mujeres –una de ellas embarazada- y un niño por la violencia de género. En consecuencia, si, para cortar esta hemorragia negra y subsanar la gangrena de la herida, debemos andar ese camino de piedras afiladas con los pies descalzos, lo haremos. Lo haremos porque de no hacerlo, iremos sumando, cada vez más, vergonzosos minutos de silencio al peso de nuestras conciencias.

2 comentarios:

  1. No totes les víctimes de violència es detecten fàcilment com dius. Per a elles arriba a ser una normalitat, sobretot la que afecta als fills.

    Crec que simplifiques massa el tema ja que la complexitat econòmica, social, masclista (malgrat que negligeixis una mica aquest aspecte a favor d'una versió freudiana...), cultural... el no saber què fer, l'estar desorientat quan un cas així esclata al teu costat i pensar que potser pots complicar les coses, la por mateixa (covardia) davant de l'agressor de terceres persones...

    El camí per a erradicar aquestes situacions és molt llarg però cal continuar fent-lo al costat de les institucions a les que els hem d'exigir el màxim de fermesa.

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  2. Galderich, gràcies, ets el seguidor més lleial que té aquest blog. D'altra banda, no crec que el maltractament arribi a ser mai una situació normal per cap persona, el que passa és que la por t'incapacita per actuar.
    La implicació social és molt minsa és això el que volia expressar. Crec que me'n donaràs la raó.
    D'altra banda, no hi ha cap simplificació. Hi ha maltractadors que no apliquen cap actiutd masclista fora de casa seva, hi ha alguns que senten veritable fàstig cap aquesta concepció de la vida. Només maltracten la seva dona perquè és un objecte, un objecte que mai ha de parlar. Els matisos socials i econòmics i són és ben cert, però mira, antigament era normal clavar de tant en tant un clatallot a la dona o els nens, però en cap cas és llegitmiava una pallisa fins a matar-la. Això demostra que no és cap herència cultural.

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