lunes, 24 de enero de 2011

Homenaje a Churchill (V)

La Niémesis soviética, calificación que Churchill dio en sus Memorias a la Operación Barbarroja (1941), que hizo pagar a Rusia el egoísmo de su política exterior, sacó a Inglaterra de sus soledad en la lucha. El ataque a Pearl Harbour (1941) le ofreció definitivamente el apoyo leal, necesario para ganar el conflicto.
Churchill viajó a Moscú donde tuvo una acogida cordialmente forzada. “Mire” le dijo un oficial ruso “ese es el hotel Eden, antes llamado Ribbentrop, y esa es la plaza Churchill, antes llamada Hitler”. Consciente de que, aunque poco fiable, era un aliado necesario, el premier británico le pidió fuego al oficial para encender su habitual puro. Después de encendido dijo socarronamente “Gracias camarada, antes llamado perro” y le devolvió el mechero.
Igualmente, viajó a los EEUU. Un infarto de miocardio no le impidió ser el primer Primer Ministro Británico en dar un discurso en el Congreso de norteamericano. Un discurso lleno de ironía y buen humor, en el que, rememorando la ocasión en que un general francés había dicho que, tras la rendición de Francia “Inglaterra retorcería el cuello en seis semanas como un pollo” exclamó “Some chicken! Some neck!”.
Al volver a Inglaterra el izquierdismo barato le presentó una moción de censura con motivo de la toma de Singapur por los japoneses, Churchill quedó deprimido, a pesa de superar la moción por un amplísimo margen. Hasta llegó a preguntar al rey, si quería que continuase como timonel del barco. Si la negativa del parlamento a que cesara en sus funciones fue grande, no fue menor el deseo del rey de que siguiera en su cargo.
En 1942, el hombre que sólo pudo prometer “sangre, sudor y lágrimas” anunció  los británicos la rotunda victoria de El Alamein, a la que siguió Midway en el Pacífico y Stalingrado en Rusia. Este año lo calificó como “El gozne del destino” en sus Memorias porque marcó el punto de inflexión en la guerra.
En 1943, la caída de Mussolini y la conferencia de Teherán continúan la senda victoriosa de los aliados. En 1944 se recuperaron Birmania, las Filipinas, Varsovia, Roma y París. Esta última a través del famoso Desembarco de Normandía. Queda la anécdota de que tanto Jorge VI como Churchill querían embarcarse para presenciar el evento, pero el presidente de la Cámara de los Comunes, a petición de la reina y lady Churchill les instó, a través del órgano legislativo, a quedarse en Inglaterra.
A medida que se dilucidaba el fin del conflicto, Churchill empezó a recelar de las buenas intenciones de Stalin. Por ello, reforzó a De Gaulle en el gobierno provisional de Francia. Era fundamental que la mancha negra del comunismo no se adueñase de las mentes del pueblo francés. Sólo un gobierno fuerte y un trato digno podían garantizar que eso no sucediese. Con este fin, Churchill reclamó primero zonas de ocupación francesas en Alemania, Austria, Berlín y Viena, además de un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la Futura ONU. Cuando Stalin, durante la conferencia de Yalta (1945) criticó estas medidas argumentando lo mal que los franceses combatieron al principio de la guerra, Churchill respondió satíricamente “Si recuerda usted, mariscal Stalin, todos tuvimos nuestros problemas al principio de la guerra”, recordándole su invasión conjunta de Polonia con Hitler.

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