lunes, 24 de enero de 2011

Homenaje a Churchill (VII)

Casi con ochenta años, Churchill volvió a recuperar el cargo de primer ministro en 1951, conservándolo hasta 1955. Aunque los azares del destino le maltrataron bastante a lo largo de su vida, no puede negarse que para un hombre de su estilo no podría haber ocupado la jefatura de gobierno inglesa en dos mejores momentos: en una guerra y en una sucesión monárquica. En 1952, la temprana muerte del rey Jorge VI precipitó la subida al trono de su hija Isabel II. La reina dijo que Churchill fue bastante amable con ella, lo suficiente para liberarla de su timidez inicial y reforzar su confianza en sí misma para dura labor que le quedaba por delante a tan temprana edad. No en vano, lo condecoró con la Orden de la Jarretera, la máxima orden de hidalguía inglesa.
En su segundo período de gobierno, muchos detractores le acusaron de ser poco más que un viejo que no supo retirarse a su hora. Esta afirmación carece de fundamento si repasamos los logros internos y externos de su gobierno. Interiormente, canceló la deuda nacional en el tiempo record de dos años, desarrollando después el estado del bienestar, que, irónicamente, tanto había criticado, porque así se lo pedía el pueblo. Resolvió con maestría los problemas que quedaban en el Imperio, empezando por resolver una crisis en Malasia y luego otra más grave en Kenia, donde los Mau- Mau pretendían comenzar una revuelta sangrienta contra la población foránea (tanto inglesa como asiática). Tampoco fue menor su éxito en Persia, donde logró presionar al Sha para que no nacionalizase una compañía inglesa.
A menudo se le ha calificado de racista porque uno de sus lemas era “mantener una Inglaterra blanca”. Admito que la afirmación es desafortunada, pero no era una cuestión de racismo, era que, como muchos, Churchill temía una inmigración masiva desde los últimos reductos coloniales a la metrópoli en la medida en que se descubriese que el anhelado sueño de la independencia era más oscuro que dorado. No era racista, simplemente era matemático: Inglaterra no podía soportar que su población se multiplicase por ocho de la noche a la mañana.
En 1953, se le concedió el Premio Nobel de la literatura, galardón que motivó mucha polémica. Es evidente que Churchill no era un escritor de Nobel, aunque indudablemente era un hombre de Nobel. Yo no me muestro disgustado con este premio, ya que Churchill hizo algo muy literario: mantener elevada la moral de un pueblo entero, cuando no tenía nada que ofrecer excepto la fuerza retórica de la palabra. Esto no es algo que muchos escritores puedan presumir de haber conseguido.
En 1955, presentó su dimisión a la reina y le aconsejó que invitase a Antony Eden a formar nuevo gobierno. Dijo con su tono habitualmente socarrón “Tengo que retirarme, señora, el pobre Antony no va a ser siempre joven”.

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