jueves, 3 de febrero de 2011

Pensando en Prosut V: Las mujeres (I)

Proust tiene un trato particular con el bello sexo en su obra. Muy probablemente, este venga condicionado por su orientación sexual, pero, en cualquier caso, En el tiempo perdido, cada mujer recibe una atención especial y ninguna queda desatendida.
La abuela es con él la más dulce, la más cálida, la única que le comprende y que le aporta el cariño que necesita. Posiblemente se por eso que se toma la molestia de hace un alto en su confusamente turbia narración, dedicándole a su muerte un capítulo.
La madre es mamá, la aspiración sexual del niño. Tiene con ella las relaciones tortuosas que comportan un exacerbado complejo de Edipo. Necesita que le venga a dar un beso todas las noches cuando es pequeño, si no la angustia no le permite dormir. Esto propicia un chantaje emocional que permite a la madre dominar a su hijo ligándolo a una cadena opresora de afecto que le coaccionará toda su vida, incluso cuando se adulto. El veneno, que se desprende de este vínculo tan necesario como nocivo para el narrador, lo arrastra a la hipersensibilidad.
Gilberta, la hija de Odette y Swann es la novia del protagonista, durante A la sombra de las muchachas en flor. La descripción del noviazgo y el matrimonio de sus padres en el primer volumen de la obra, bajo el título de Unos amores de Swann, sirve al Proust, para definir desde el principio de su obra su concepto del amor. Él no concibe el amor sin celos dañinos que extremen la necesidad y el deseo de la posesión sobre la persona amada. La historia de amor entre Odette y Swann permite al narrador (quien no había nacido cuando se produjeron) establece un paralelismo con los dos amores del narrador, la hija de estos, Gilberta, y posteriormente Albertina, ambas unidas por los celos. La diferencia entre estas dos novias queda patentada en la pasión que siente el narrador por la segunda, muy por encima de la primera a quien abandona sin luchar.

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