jueves, 12 de mayo de 2011

Castilla y Azorín

Hace poco tiempo estuve leyendo un libro de José Martínez Ruiz más conocido por su pseudónimo, Azorín, cuyo título es Castilla.
Esta pequeña novelita de viajes apareció en 1912 siguiendo a las respuestas concatenadas de la Generación del 98 que buscaban la reivindicación de España. Más adelante, a partir de 1939, el Régimen Franquista haría un uso muy pernicioso de este libro, asegurando que su autor lo escribió para reivindicar las tradiciones castellanas como símbolo de la unidad de España. Sabemos que esto no es un caso aislado, el sentido que lo mismo le ocurrieron a las novelas de Unamuno, Valle-Inclán, Baroja o al famoso poemario Campos de Castilla de Antonio Machado. Siempre es curioso pensar que Franco reivindicaba a la Generación del 98 como “un grupo de castellanos interesados en la defensa de la verdadera cultura nacional” si parafraseamos un poco sus libros de texto, pero la verdad es que solo Unamuno era castellano de origen, del resto, Baroja era vasco, Valle-Inclán gallego, los hermanos Machado Sevillanos y Azorín alicantino. Por si ya no fuese poco hablar de esta generación literaria como “un grupo de castellanos”, debemos reivindicar que, si bien ellos se manifestaron amantes de Castilla y de su tradición, estaban muy lejos de reivindicar la Castilla de Fernán González, como Franco pretendía mostrar.

Castilla recoge, en efecto, os testimonios de todo el pasado medieval literario castellano, pero adaptándolo al presente en el que vive. Así pues, muchas narraciones clásicas desde El Cantar del Mío Cid hasta El Quijote aparecen en los capítulos de la obra reconvertidas en una nueva figuración a menudo distante del principio castellano medievalesco. En el capítulo Nubes se nos aparecen Calisto y Melibea como un matrimonio castizo, un tanto acomodado de la Meseta que vive feliz en su huerto. Calisto está sentado en su butaca, mientras su mujer pasea y la criada Alisa –también personaje de la obra de Fernando De Rojas- canta. Mira las nubes como una imagen del recuerdo “las nubes son la imagen del Tiempo” dice el autor. Esta idea melancólica es retomada con frecuencia, también a través de personajes literarios. Otro ejemplo de la misma lo encontramos en La Fragancia del Vaso donde se recrea la historia de La ilustre fregona de Cervantes desde una óptica innovadora, adoptando el vaso de agua como símbolo del recuerdo y tempos fugit.

Esta inexorable tendencia al pasado puede llevar a la creencia que manifiesta Gregorio Torres Nebrera, prologuista de mi edición, según la cual Azorín fue un autor que quedó anclado en el recuerdo y terminó siendo devorado por el mismo. Esto es bastante absurdo si se considera la visión evolutiva que el autor muestra de Castilla en su obra, visión no exclusiva de esta pequeña novela de viajes, sino contenida en toda su producción literaria y con paralelismos claros en La Ruta de Don Quijote (1905), Clásicos y Modernos (1913) y Al margen de los clásicos (1915). Noe n vano el autor reivindica a los ferrocarriles como método de viaje, al empezar la narración –descriptiva-, con una devoción por la historia y el progreso de “los caminos de metal” que casi le acercan a los movimientos futurista y ultraísta. En el capítulo La Catedral así como Ventas, posadas y fondas no ve estos edificios como un enclave inamovible del pasado, sino como un elemento evolutivo, sensible al pasar de los años y reflejo del pasado vivido a través del presente existente. En este sentido es curioso pensar que el autor militó varias legislaturas en el Congreso entre las filas conservadoras de Maura.

Azorín no reivindica la Castilla medieval, ni tan siquiera la Castilla decimonónica porque éstas ya han sido reivindicadas por los viejos autores. Como noventayochista se sirve de las influencias realistas de Clarín y Galdós. De éste último es especialmente importante –tanto para él como para Baroja- la novela Ángel Guerra (1890-1) para la descripción de la por entonces Castilla la Nueva y en especial Toledo. No obstante, el noventayochista huye de la narración realista por considerarla simplista. En su contrapunto, establece una forma narrativa mucho más breve y concisa, con una elevada carga simbólica. En el caso de Azorín, además, toma elementos del pasado –esencialmente literarios, pero no exclusivamente- y los lanza hacia el futuro. No es extraño por tanto que Castilla empieza hablando los primeros capítulos de elementos físicos como los ferrocarriles, los balcones, los toros o las ventas y que a partir de los capítulos de La catedral y El Mar el tema de la narración trascienda a elementos menos tangibles como el recuerdo, las esperanzas o las formas de vida. La novela se cierra con el tono de falsa autobiografía con el que comenzó. En La Casa Cerrada, capítulo final del libro, el alter ego de Azorín regresa a su casa donde se encuentra sus libros y cuadernos de la infancia y toma el proyecto, desde la melancolía, de empezar la redacción de su dietario del viaje. Este capítulo recuerda, en gran medida al lector azoriniano, a Las confesiones de un pequeño filósofo (1904) una obra autobiográfica del mismo autor.
Azorín suele realizar juicios de valor sobre las cuestiones que ha visto en su viaje. Nunca parte de la crítica vacía y sórdida, por el contrario siempre intenta encauzar su visión –más reflexiva que crítica, en verdad- a mostrar posibles soluciones, como muestra característica de su espíritu generacional. De sus ideas me gustaría señalar la crítica a la festividad taurina para evitar posibles errores. Azorín era un hombre adelantando a las ideas de su tiempo, lo demuestra en las ya citadas Confesiones de un pequeño filósofo cuando critica el maltrato infantil, sin embargo es absurdo pensar que crítica la fiesta nacional por tener conciencia del maltrato animal. Como a Unamuno o Baroja, los motivos que le mueven quedan más vinculados a los que tuvo Melchor Gaspar de Jovellanos en el S. XVIII buscando huir de las costumbres arcaicas para encontrar la innovación.


Algunos dicen que Azorín no puede leerse hoy día, que está desfasado. Esa afirmación simplista nos lleva vincularnos de uno de los autores más constructivos que ha tenido este país. De la misma forma, se pretende aislar a Azorín remarcando su supuesta intrascendencia en la historia de la literatura y no es verdad ya que su obra influyó en dos autores tan importantes de la segunda mitad del S. XX como Delibes o Cela. Este último lo hace aparecer en su ensayo Cuatro figuras del 98: Unamuno, Valle-Inclán, Baroja y Azorín (1961) y toma como referente la novela de viajes Castilla (1912) para escribir en 1948 Viaje a la Alcarria.

3 comentarios:

  1. Un bon al·legat dedicat a Azorín. Malgrat tot has de tenir en compte que Franco va confondre España amb Castella i per això li anava bé que Azorín fos d'Alacant, els Machado de Sevilla...

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  2. I Unamuno, de Bilbao, nascut a "lo más lúgubre y sombrío del sombrío Bilbao, en una calle, amasada en humedad y sombras, donde la luz no entra, sino derritiéndoe". És cert que sempre serà l'etern catedràtic de Salamanca, sobretot perquè allà reposa, a la tomba que Quiroga Plá va pagar per la seva dona Salomé Unamuno Lizárraga.

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  3. Vaig deixar aquesta entrada programada durant Setmana Santa, ja ni recordava que existia.
    Galderich: No sé si li va anar bé o no, però el cert és que mai va demanar mecenantge del règim. Simplement, no s'hi va oposar, tot i que això és un crítica pròpia del present còmode.
    Ábradas: De Bilbo? No en tenia ni idea. Pensava que era l'únic de la Generació del 98 nascut a castella.

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