lunes, 5 de noviembre de 2012

Noches Lúgubres



“¡Qué noche! La oscuridad, el silencio pavoroso interrumpido por los lamentos que se oyen en la vecina cárcel, completan la tristeza de mi corazón. El cielo también se conjura contra mi quietud, si alguna me quedara. El nublado crece. La luz de esos relámpagos… ¡qué horrorosa!”

Aunque bien pudiese pertenecer a algún texto de Lord Byron, o alguna narración de Poe, esta descripción es el inicio de una obra casi un siglo anterior a estos escritores, Noches Lúgubres (1771). Su autor, el coronel José Cadalso (1741-1782) es víctima de esa desgraciada costumbre que padece el canon literario español (y en general todos los cánones literarios). Me refiero al desprecio por la incomprensión en su tiempo, que lleva a la marginación en la posteridad.

 José Cadalso (1741-1782)

Si hubiese vivido un siglo más tarde, el romanticismo español, no se compondría sólo de Larra y Espronceda –romanticismo en su periodo inicial-, sino de un triunvirato de ambos al que se sumaría el nombre de Cadalso. De por sí, esto no le hubiese dado ni le hubiese quitado lectores, aunque sí hubiese salvado a su figura de quedar asfixiada por la etiqueta anodina –también algo injusta- que la tradición ha impuesto a la literatura dieciochesca de España.
Pese a los inquebrantables esfuerzos de muchos grandes filólogos y literatos, sigue siendo tópico aceptado que fue mala la literatura del S.XVIII. Como es improbable triunfar donde ellos han fracasado, este escrito carece de tal pretensión. No obstante resulta importante entender la trayectoria vital de Cadalso como hombre dieciochesco, no tanto como ilustrado, sino precisamente como uno de aquellos que ya empezaba a sentir resquebrajarse la ideología de la razón pura. Dentro de este contexto, salvado muchas distancias, su figura, un poco como la de Goya, puede entenderse tanto como un elemento de transición, o incluso como un visionario del futuro romanticismo. Todo depende de la benevolencia de quien lo mire.


Cartas Marruecas y Noches Lúgubres editadas por Cátedra.


Ya hemos visto que Noches Lúgubres se adelanta casi cincuenta años a la llegada del romanticismo a España. No es esta la única obra que convierte a Cadalso en un adelantado a su tiempo. Sus Cartas Marruecas (1774), aunque muy marcadas por la influencia de las Cartas Persas de Montesquieu (1717), muestra a diferencia de las del filósofo francés, claros rasgos costumbristas. En ellas, sus descripciones críticas comparten similitudes con las de Larra. En el terreno poético, Cadalso se mantiene más discreto, asociado a las poesías bucólicas de su tiempo llamadas anacreónticas así como alguna letrilla satírica o erótica. Destaca mucho más su Autobiografía (1781) que, aunque no ha alcanzado tanta fama como las Confesiones (1782) de Rosseau, es uno de los primeros ejemplos de autobiografía intimista. Escrita, además, como revelan las fechas, en total autonomía respecto a la obra del filósofo francés, que no pudo conocer.

Carlos III rey de España de 1759 a 1788. Cadalso fue siempre un leal soldado de este monarca.

¿Pero en qué consisten Noches Lúgubres? Como la mayor parte de la obra de Cadalso, este pequeño libro, de apenas cincuenta páginas, tuvo que ver la luz póstumamente en 1789. Fue escrito en forma de diálogo, a imitación de una obra inglesa del Dr. Young, como señala su autor en el inicio. Su narración nos expone la historia de Tediato a lo largo de tres noches especialmente lúgubres.
En la primera espera al sepulturero, Lorenzo, en la puerta de una iglesia. El joven (porque el carácter de Tediato, aunque no sepamos su edad, da motivos para creerle joven) espera maldiciendo al género humano. Incluso a Lorenzo a quien a cusa de ayudarle por mero interés.

“¡Interés! ¡El único móvil del corazón humano! Aquí tienes el dinero que te prometí.”

Le espeta nada más verle, mientras le arroja el dinero prometido. Tediato desea abrir una tumba. Asegura que le orienta a este macabro propósito una especie de encuentro sobrenatural, que aconteció la noche antes del entierro, cuando quedó encerrado en el templo por accidente. Al final, se aclara que con lo que se encontró no fue otra cosa que el perro de Lorenzo. El animal, de quien la noche con su negrura hizo un monstruo, se quedó a dormir en la tumba recién cavada. Lorenzo intenta adivinar de quién se trata el cadáver que Tediato añora. Pregunta, si es un padre, una madre, un hermano, un hijo… A cada hipótesis, el joven contesta con una cruel invectiva contra tal rango de parentesco:

“¡Un padre! ¿Por qué? Nos engendran por su gusto, nos crían por obligación, nos educan para que les sirvamos, nos casan para perpetuar sus nombres […] nos abandonan por vicios suyos. […] [Las madres] nos engendran también por su gusto, tal vez por su incontinencia […] nos sacrifican a sus intereses, nos hurtan las caricias que nos deben, y las depositan en un perro o un pájaro. […] Otras cosas semejantes imprimen el odio a los hermanos, que parecen fieras de distintas especies, y no frutos de un vientre mismo. […] ¡Hijos! ¡Sucesión! […] ¿Qué es un hijo? Sus primeros años… un retrato horrendo de la miseria humana… […] los siguientes años… un dechado de los vicios de los brutos, poseídos en el más alto grado…”

Llama la atención que Lorenzo no piense en ningún momento pregunte por una amada, quien evidentemente subyace bajo la lápida. El amanecer les impide proseguir con su sacrílega empresa.

 Jovellanos retratado por Goya. El gran ilustrado y Cadalso se conocieron en 1766, año del motín de Esquilache.

A la noche siguiente, Tediato es confundido con un asesino por la Justicia que lo pone en manos del Carcelero. El diálogo entre estos dos últimos personajes muestra un terrible desprecio a la condición humana y una total falta de compasión por el hombre. Tal crítica contra la falta de humanidad del sistema penitenciario no se distancia en exceso de El delincuente honrado de Jovellanos, ni del poema El reo de Espronceda.

Bajo el título de Noches Lúgubres Cadalso nos informa que imita el estilo del dr. Young.
 
Al descubrirse el error, el joven es liberado. La casualidad lo hace encontrarse con el hijo menor de Lorenzo. Durante el diálogo más tierno de la obra, el niño le cuenta que ha perdido a dos hermanos y a su madre. Tediato comprende la dureza de la situación familiar de Lorenzo, quien, además de afrontar el dolor de sus terribles pérdidas, debe buscar el modo de alimentar a sus numerosos hijos. Pero es incapaz de sentir compasión, sólo alcanza a expresar desprecio.
En la tercera noche, Tediato espera de nuevo a Lorenzo en el cementerio. Pide la muerte, el suicido, como lo puede pedir Werther. Sin embargo, el libro se cierra con una declaración bastante ambigua (como buena parte de la obra), que con toda seguridad perseguía evitar que Noches Lúgubres terminase dentro del Índice de Libros Prohíbidos:

“[Lorenzo] No te deseo con corona y centro para mi bien… Más contribuirías a mi dicha co ese pico, ese azadón, viles instrumentos a otros ojos… venerables a los míos… Andemos, amigo, andemos.”

Como podemos ver, si bien por la trayectoria del personaje, el pico y la pala del sepulturero son obvias metáforas instrumentales de su deseo de morir; también admiten la lectura cristiana de que Virtelio desea unirse a un humilde oficio, buscando en su renuncia a la riqueza, el consuelo y la felicidad.

Ilustración de la portada de la Noches Lúgubres, Edición de Cabreriz, 1817.

El esfuerzo del autor sirvió de muy poco. El hecho de que Tediato se dirija en varias ocasiones al “Criador”, término que señala sus creencias deístas. Por si esto no dificultó bastante la libre circulación de la obra, hacia 1819, una viuda analfabeta de Valencia no encontró otra explicación al carácter violento de su hijo con ella que el modo en como insistentemente leía Noches Lúgubres. Un vecino denunció ante el Tribunal de la Inquisición una ejemplar de la obra, Edición de Cabreriz, 1817. El tribunal condenó el libro por “contener muchas expresiones escandalosas, peligrosas e inductivas al suicidio, al desprecio de los padres, y al odio en general de todos los hombres”. Así quedó prohibido el pequeño libro durante muchos años, hasta después de 1830.



Bibliografía Consultada.

AAVV. Poesía española del siglo XVIII. Catedra. Madrid. 2011. Quinta Edición. Edición de Rogelio Reyes.
ALVAR, Carlos. MAINER, José-Carlos. NAVARRO, Rosa. Breve historia de la literatura española. Alianza Editorial. Madrid. 2011. Octava Reeimpresión.
DE CADALSO, José. Cartas marruecas. Noches Lúgubres. Cátedra. Madrid. 2011. Octava Edición. Edición de Russell P. Sebold.


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