miércoles, 16 de abril de 2014

Constitución de 1876 (III): Valoración y conclusiones



Para bien o para mal, la Constitución de 1876 fue la más duradera de la historia de España, hasta la fecha. Su texto, aunque involucionista, tenía más pretensiones de funcionalidad, que de retroceder en materia de derechos. Cánovas trató de crear una carta magna que pudiese acoger a todas las tendencias políticas, al tiempo que aseguraba una larga y duradera estabilidad política.

 Francisco Silvela, conservador regeneracionista, fue dos veces jefe de gobierno, una bajo la regencia de María Cristina de Habsburgo y la segunda ya con Alfonso XIII como rey. Sus intentos de democratizar el régimen fracasaron.

Su carácter aséptico, poco conciso, permitió que los liberales impulsar leyes progresistas, tales como el sufragio universal en 1890, o la consagración del 1 de mayo como fiesta nacional al año siguiente, mientras los conservadores ampliaban las relaciones con la iglesia. Tan complejo proceso era asegurado por el turnismo, la alternancia pacífica entre los dos partidos en el poder, que se aceptó tácitamente desde el principio de la Restauración. Si bien, su consolidación se produjo en el “Pacto del Pardo” (1885) cuando Alfonso XII agonizaba. Cánovas temía que al quedar de heredera probablemente una mujer (Alfonso XIII fue un hijo póstumo y sólo quedaban dos infantas como herederas) habría una nueva insurrección carlista. Al afianzar el paco de alternancia política con Sagasta, trataba de asegurar que la estabilidad política no se resquebrajase.

General Polavieja, estrecho colaborador político de Silvela, al menos por un tiempo. Vivió la derrota española en Filipinas durante el "Desastre de 1898" en primera persona.

Actualmente, vemos el turnismo como una de las mayores corruptelas de nuestra historia política, llevada a término gracias a los pucherazos caciquiles, cuando no el fraude electoral masivo. Al disolverse unas Cortes, el ministro del interior, de común acuerdo con el líder de la oposición redactaba la lista de los próximos diputados y senadores, en ser elegidos. Sin embargo, hablando a título particular, no puedo considerar que fuese una mala idea, al menos como solución temporal.
Seamos honestos, desde 1833 hasta 1876, España cargaba sobre sus espaldas con tres guerras civiles y más de setenta golpes de estado o pronunciamientos militares, el último el de Sagunto. Mediante un sistema de alternancia política, Cánovas pretendía evitar los golpes y contragolpes que habían tenido lugar a lo largo del reinado de Isabel II, y dejar de una vez a los militares fuera de la política. En su honor, debemos reconocer que lo logró. La tan ansiada estabilidad política que no se había obtenido ni durante la era isabelina ni en el Sexenio Liberal, llegó con el turnismo. Pero el turnismo debió plantearse siempre como un sistema provisional, no permanente. Ese fue su terrible error.

Manuel Allendesalazar presidió dos gobiernos de corta durada, prácticamente fantasmas, durante el reinado de Alfonso XIII. Ocupaba la jefatura de gobierno cuando se produjo el desastre de Annual en 1921.

Al tratar de afianzar el fraude electoral como herramienta básica para el funcionamiento, la ciudadanía se sintió marginada del curso político del país. La sensación de estafa se agravó como consecuencia de la continuidad de políticas de los distintos gabinetes al margen de su color político. Tal descripción puede llevar a preguntarnos, como mucha gente hace si hoy en día vivimos una situación parecida. De nuevo, a título personal, debo rechazar esa idea.
La crisis actual de nuestro régimen político radica en una clase política incompetente, carente de toda visión de estado, falta de ideas, ansiosa por adquirir un estatus económico-social hasta el extremo que sólo conducen sus políticas al corto plazo para ganar elecciones. Los intereses de los ciudadanos se ven así descuidados y en la calle cunde el sentimiento de estafa, porque se vote a quien se vote, la falta generalizada de un proyecto real de gobierno más allá de los eslóganes se traduce en políticas muy similares, al margen del signo político.

Crítica al bipartidismo actual, comparándolo con el de la Restauración de 1875.

Otro factor de peso en nuestra crisis institucional es la forma de estado. España es un reino sin monárquicos, al menos monárquicos por ideología como los pueda haber en el Reino Unido, en Holanda o en el Japón. ¿Pasaría la monarquía un referéndum? Hoy en día aún es probable, al menos por un tiempo, aunque no demasiado, pues el prestigio de la Casa Real está en caída libre. Pero incluso con ese referéndum, seguiríamos sin ser un país que creyese en el ideal monárquico.

Canalejas, liberal, jefe de gobierno desde 1910 hasta su asesinato en 1912, trató de impulsar una ambiciosa reforma del estado a nivel político y territorial.

Sin embargo, no nos engañemos a nosotros mismos: detrás de la composición de nuestros parlamentos, tanto el central como los territoriales, existe una mayoría de votos. Se puede discutir si la ley electoral es más justa, más injusta, qué aspectos hay que reformar, que leyes hay que revisar para frenar la corrupción etc, pero nuestros votos definen los parlamentos. Esto durante la Restauración no sucedía. Antonio Maura lo expresó muy bien en el Congreso cuando se quejó de que el problema no era que los partidos –conservador y liberal- existiesen, el problema, precisamente, era que no existían.
Con la muerte de Cánovas (1897) víctima de un atentado, a la que siguió el desastre del 98, la desconfianza entre los partidos se agravó y los turnos en el poder empezaron a no ser respetados. La crisis subsiguiente trató de ser remediada de múltiples formas. Desde la derecha, los gobiernos regeneracionistas de Polavieja, Silvela, o los gabinetes del propio Maura y desde los progresistas especialmente Canalejas trataron de termina con el fraude electoral, a fin de instaurar una monarquía parlamentaria y democrática de verdad.

Manuel García Prieto fue otro jefe de gobierno anodino durante la monarquía de Alfonso XIII. Fue cinco veces presidente del consejo de ministros. Ocupaba el cargo cuando se produjo el golpe de estado de Primo de Rivera.

Tales intentos fracasaron, el sistema se volvió cada vez más corrupto e inestable. Se forzaron las intervenciones del rey, que prácticamente se convirtió en un “hacedor de gabinetes”. Como Ortega y Gasset describió en 1931: "el sistema de la restauración quedó convertido en una casa del socorro, en la que el rey hacía de gerente entre los diferentes intereses existentes: clérigos, militares, empresarios, políticos…"
Los asesinatos de Canalejas (1912) y Dato (1922), el abandono de la política de Antonio Maura que se sintió traicionado por el rey, el estrepitoso fracaso de Anual (1921) y la inestabilidad política generalizada, terminaron de vaciar de de contenido a este sistema que a principios de la década de 1920 ya no tenía ningún apoyo popular, si es que lo tuvo alguna vez.

Alfonso XIII despacha con el general Primo de Rivera, jefe de gobierno dictatorial desde 1923 hasta 1930.

Por eso cuando en 1923, el general Primo de Rivera dio un golpe de estado, los ciudadanos lo vivieron con total indiferencia. Sólo se cambiaba a un gobierno por otro, nadie les quitaba a la democracia. Se suele decir, sobre todo desde la izquierda, que el rey preparó el golpe, porque prefería que gobernase una junta militar, pero no se han hallado pruebas que respalden la teoría de que el pronunciamiento militar se ideó desde palacio. A Alfonso XIII como a Víctor Manuel III de Italia, o al nieto del primero, Juan Carlos I, no le preocupaba tanto la monarquía constitucional o dictatorial, como el mantenimiento de la monarquía. Se encontró con el golpe hecho y vio en él una oportunidad de consolidar el régimen que hacía aguas. Así que, no desperdició la oportunidad de invitar al general Primo de Rivera a formar gobierno.

Mussolini, a quien Primo de Rivera trataba de imitar, fue dictador en Italia entre 1921 y 1943, en conveniencia del rey de Italia, Víctor Manuel III.

La Restauración que nació en 1874 de un pronunciamiento militar era abolida por otro en 1923. La dictadura abolió pronto la Constitución de 1876, pese a que en los primeros momentos, como sucede en todos los golpes de estado, se trató de mantener una ficción de constitucionalidad.
En 1925 Primo de Rivera sustituyó al Directorio Militar por un gobierno que integraba a civiles. Dos años más tarde abrió una Asamblea Nacional, que nada tuvo de democrática, para que redactase una “constitución” de perfil fascista. De ese modo se pretendía aplicar a España un sistema similar a del régimen de Mussolini en Italia.

El general Berenguer, fue jefe de gobierno durante la "dictablanda" entre 1930 y 1931. Durante se breve gobierno el derrumbe de la monarquía se hizo cada vez más evidente.

Finalmente, en 1929, la Sección Primera de la Asamblea Nacional otorgó un anteproyecto de constitución junto a cinco leyes orgánicas relativas al poder ejecutivo, las cortes, el poder judicial, el consejo del reino y el orden público. El rey se mostró receloso respecto al anteproyecto, que no contaba con apoyos ni dentro del régimen. Un régimen que, una vez más, volvía a hacer aguas por todos lados. Pocos días después, Primo de Rivera retiró el anteproyecto y dimitió.
El general Berenguer fue invitado a formar gobierno. Se inició así la “dictablanda”, por contraste con la "dicta dura" de su predecesor. En apenas dos años la monarquía fue abolida.



Bibliografía Consultada

ESCUDERO, José Antonio. Curso de historia del derecho. Solana e hijos. Madrid. 2012
JULIÁ, Santos; PÉREZ, Joseph; VALDEÓN, Julio. Historia de España. Austral. Pozuelo de Alarcón (Madrid). 2008.
KELSEN, Hans. Teoría general del Estado. Comares. Granada. 2002.
NAVAS CASTILLO, Antonia; NAVAS CASTILLO, Florentina. El Estado Constitucional. Dykinson. Madrid. 2009
TORRES DEL MORAL, Antonio. Constitucionalismo histórico español. Universitatis. Madrid. 2012
TORRES DEL MORA, Antonio. Estado de derecho y democracia de partidos. Universitatis. Madrid. 2012

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