jueves, 29 de enero de 2015

"Paz en la Guerra" la novela bilbaína de Unamuno

"Es el inconsciente anhelo a la patria espiritual" Paz en la Guerra

Una tirada más bien corta de Paz en la Guerra apareció en las librerías españolas de 1897. Por entonces, cuando todavía faltaban décadas para que Azorín concibiera la idea de la Generación del 98, Unamuno era algo conocido como articulista filósofo y apenas como literato.

Paz en la Guerra (1897)

Más que “su primera novela”, esta obra debería considerarse la única manifestación del escritor en este género. Tal como el propio Unamuno explica en el prólogo a segunda edición, las obras que escribió después Niebla, Don Sandalio el jugador de ajedrez o San Manuel Bueno Mártir ya no fueron novelas, sino nívolas, género él mismo definió. En ellas, la descripción física del personaje y el lugar desaparecen en favor de un largo diálogo diáfanamente filosófico. Pero en Paz en la Guerra sí encontramos las descripciones esperables de la narración novelesca.
La historia de esta novela transcurre en el País Vasco y Navarra durante la tercera guerra carlista 1872-1876. Tal suceso histórico no es ajeno a la vida de Unamuno –ya se sabe que menos ajena a su biografía es su obra. En su infancia, el escritor conoció el cerco carlista a Bilbao. Muchas de sus experiencias vitales de aquella época, especialmente el recuerdo de la destrucción causada por el cañoneo sobre la ciudad, aparecen en estas páginas.

Miguel de Unamuno (1864-1936)

En esta historia se refleja el carácter de la sociedad vascuence de finales de S XIX. Unamuno fue vasco y muy a su manera –renegando del euskera a favor de un vasco universal no regionalista- se mantuvo fiel a esa identidad a lo largo de toda su vida. Sin embargo, dentro de su obra literaria apenas aparece, salvo esta excepción.
El esfuerzo de analizar las contradicciones de su propio pueblo y su propia identidad le llevó más de diez años de duro trabajo. Su admiración juvenil por Clarín, circunstancia a la que no siempre se le da toda la importancia que merece cuando se analiza su estilo, se percibe en las descripciones y sobre todo en la construcción psicológica de los personajes. No es gratuita la cita en su prólogo a la segunda edición de Walt Whitman “Esto no es un libro, es un hombre”.

Carlos (V) pretendiente al trono durante la Primera Guerra Carlista (1833-1840)

Pese a encontrarse en las antípodas del carlismo, Unamuno no quiso escribir una obra maniquea. Como hace otro antagonista del carlismo, Baroja, en Memorias de un hombre de acción o Zalacaín el aventurero, prefiere ubicar la acción en el seno de una familia carlista. Nunca hay que perder de vista que los vascos y navarros sufrieron las contiendas carlistas más que ninguna otra región española. Para quienes fueron ajenos a la causa el dolor que esta generó en su tierra fue tan gratuito como imperdonable. Pese a todo, humanizar al adversario siempre es el mejor sistema para comprenderlo y asumir la sinrazón trágica de cualquier guerra.
La acción se centra en los personajes anónimos quienes en palabras de Unamuno constituían la “intrahistória”. Las vidas anónimas de Pedro Antonio, un bilbaíno chocolatero antiguo combatiente por la causa de Carlos (V), su hijo Ignacio, voluntario del nuevo pretendiente Carlos (VII), y algunos de sus vecinos esbozan las distintas sensibilidades de los vascos. Esta sociedad conservadora, amante de sus fueros y costumbres, simpatiza con don Carlos no por pura lealtad a su rama dinástica, sino porque ve en él como una posibilidad de mantener sus tradiciones, base de su identidad.

Carlos (VII) pretendiente al trono durante la Tercera Guerra Carlista (1872 a 1876)

Por encima de este retrato colectivo, Paz en la Guerra es un viaje por el interior del individuo, desde la seguridad de las convicciones, hasta la desolación de pensar que nada en lo que se creyó merece la pena. Una vez atrapado en el nihilismo, el hombre acentúa su individualismo casi hasta llegar al solipsismo. A lo largo del proceso su angustia existencia se desborda, hasta que por fin se reconcilia con su desamparo. En ese momento, el hombre accede a la ataraxia y se libera de su sufrimiento, descubre la “paz”, una paz muy ambigua y relativa, en lo profundo de la “guerra” de tragedias personales y sociales que depara la existencia.

Grabado del Bilbao de finales del S XIX


No se debe olvidar que durante los últimos años de redacción de esta novela, Unamuno padeció su famosa crisis espiritual que le condujo a intentar una forzosa conversión al cristianismo. El mencionado elemento de angustia existencial que asalta a Pedro Antonio al final de la novela planeaba sobre la vida del autor en aquella época de un modo cada vez más acuciante. Tras la crisis, Unamuno ya no volvió a ser el mismo ni a escribir igual. Mantuvo muchas de sus ideas, pero nunca las volvió a explicar desde una óptica realista como hizo en su única novela.

lunes, 5 de enero de 2015

Diablo



Siempre sabes seducirme.
No te importa el lugar.

Cuando me sorprendes en el escritorio
enfermo de orgasmo intelectual
extiendes tus alas negras
tus colmillos y unas garras con guantes.

Tu aliento de azufre esconde preguntas.
Ya tienes mi mente.

En la ópera tu voz suena a cristal.
Los colores se sonorizan
en tu cuello.
Me arrancas unas lágrimas.
Tienes mi sensibilidad.

Eres águila y murciélago.
                                               Bíblica serpiente
quiero ser tu veneno.

En mis tiendas de ropa te disfrazas
de humilde dependiente
(con un estilo en que no crees).
Desnudaría tus hombros para besarlos.

Mi pecado de lujuria
                                   aún no te lo he regalado.
Dame esa carne. Y te lo habrás ganado.

Sólo si salgo de fiesta tu cuerpo es de mujer.
Estás en la bebida
y en los pechos con forma de miel.
Los besaré como un niño.

Dame tu amor
y tuyas serán las vivas ideas de mi infancia.

Si visito una iglesia
cambio la Cruz por ti. Piel escarlata.
Dientes de hierro.
Lengua de mujer. Palabras de hombre.

Tu dualidad señor de las tinieblas
subyuga mi curiosidad.

¿Eres mujer? ¿Eres hombre?
¿Eres sólo el objeto de una realidad?
Tú conoces mi deseo
grande y sádico Satán.

Te vendo mi alma
y no exijo promesas de eternidad.

5 de septiembre de 2014

Eduard Ariza