miércoles, 10 de junio de 2015

Dos Hombres de Derechas y la Segunda República (XVI)

El Primer Gobierno Chapaprieta

 

Con varias semanas de dimisiones de ministros y desencuentros irreconciliables a sus espaldas, el 20 de septiembre de 1935, Lerroux dimitió de la presidencia del gobierno, abriendo así una nueva crisis total del poder ejecutivo. No se hizo esperar el largo desfile de portavoces y personalidades en el Palacio de Oriente con todo el fasto del que gustaba al Presidente Alcalá Zamora para sus consultas. Tras la peripecia que comentaremos a continuación, la jefatura de gobierno terminó en manos de quien menos cabía esperar: un diputado independiente, sin adscripción partidista, Joaquín Chapaprieta.

Panorámica del Palacio de Oriente.

¿Cómo fue eso posible? Pues bien, aunque la CEDA y los radicales seguían pugnando por el poder, empezaba a asimilarse en la conciencia colectiva de los diputados que de no ser capaces de formar un ejecutivo estable, las elecciones anticipadas serían inevitables. Con la izquierda reagrupándose, nadie garantizaba que se repitiesen los resultados de 1933 –las perspectivas de los radicales era especialmente adversas. Para evitarlas urgía constituir un gabinete estable y activo, pues no sólo la duración había sido un problema de los últimos gobiernos, sino especialmente su pasividad.

Don Niceto Alcalá Zamora, Presidente de la República.

El día 22 de septiembre, el Presidente del Congreso, don Santiago Alba salió de la cámara presidencial con el encargo de formar gobierno, pero lo declinó a los tres días. ¿Los motivos? Entorno a la renuncia pesa bastante misterio. El análisis histórico lo achaca a varias causas, entre otras las tensiones internas dentro del propio partido radical y la negativa de la CEDA a un nuevo gabinete presidido por un radical. No obstante, muchas de estas dificultades ya había sido sorteadas por el carisma cortés del candidato. Lo que dificulta más la comprensión de los hechos.

Don Alejandro Lerroux, líder del Partido Radical Republicano.

Probablemente, Gil Robles tenga razón en su hipótesis: Alcalá Zamora le mostró la denuncia del “caso Strauss”. Más adelante hablaremos de este caso y su trascendencia en la historia política del país. Por ahora baste por saber que entre marzo y abril de 1935 le llegó a Alcalá Zamora una denuncia anónima vía Secretaría de la Presidencia de la República que implicaba al líder radical en un caso de corrupción. Las memorias del líder cedista y Chapaprieta coinciden en que durante las consultas de septiembre el Jefe del Estado se manifestó especialmente contrario a la continuidad de don Alejandro en el gobierno, a causa del perjuicio que causaba a la “moralidad y la pureza de la República”. Si Alba llegó a ver tal documento, entendió que en el momento en que se publicara su gabinete se vendría abajo porque hundiría a todo el partido radical. Ello explicaría su negativa a convertirse presidente.

Don José María Gil Robles, líder de la CEDA.

Pocas horas más tarde de la renuncia, Sánchez Guerra, secretario general de la Presidencia de la República telefoneó a Chapaprieta. El Presidente reclamaba su presencia. “Me pareció lo más probable” escribe este “que el señor Alcalá Zamora quisiera antes de intentar una nueva solución a la crisis, conocer algún aspecto de la cuestión financiera” (CHAPAPRIETA, 1971:212). Mayúscula fue su sorpresa cuando recibió el encargo de formar gobierno. Al principio trató de resistirse, pues se sentía política y humanamente inadecuado para el cargo. Ante la insistencia del Presidente que amenazó con disolver el Parlamento si se negaba, accedió, aunque impuso dos condiciones: libertad para poder trazar la lista ministerial y seguir como ministro de Hacienda.

Don Joaquín Chapaprieta, Ministro de Hacienda.

Nada más salir de Palacio se puso en contacto con los demás líderes políticos del centro y la derecha. Aunque con las ideas claras sobre qué modelo de gabinete quería, su falta de experiencia en aquellos contubernios le llevó a ser muy prudente. Un paso en falso podía ser fatal. Sus reuniones empezaron con Alba en las Cortes, seguidamente se puso en contacto con Gil Robles, Lerroux, Cambó, los agrarios y demás fuerzas que debían apoyarle para que su gabinete fuera viable.
Personalmente se veía con muy pocas posibilidades de llevar a cabo el encargo. Sus medidas económicas, como ministro de Hacienda, había disgustado a cedistas y sobre todo a los agrarios. De hecho, los ministros agrarios habían dimitido como consecuencia de la ley de restricciones impulsada por él a principios de mes, lo que precipitó la crisis del día 20. Para colmo los radicales dudaban de su independencia respecto a Gil Robles que lo había llevado de independiente en las listas por Alicante. ¿No estarían llevando a un cedista disfrazado a la presidencia del gobierno?

Don Santiago Alba, Presidente de las Cortes.

Por otro lado, su condición de apolítico versado en finanzas que a primera vista podía facilitar su entendimiento con distintas fuerzas podía devenir fácilmente en una gran debilidad. El ministro de Hacienda era bien consciente que “mi carácter casi apolítico, que yo procuraba subrayar siempre que tenía ocasión” (CHAPAPRIETA, 1971: 202) le privaba de un partido que le apoyara sin condiciones. A la primera de cambio todos le dejarían caer.
Los acontecimientos, sin embargo, jugaron a su favor. Temerosos del decreto de disolución de las Cortes, todos los líderes políticos del centro y la derecha se avinieron a respaldarle sin oponer demasiada resistencia, incluidos los agrarios. Ahora bien, además de los equilibrios entre partidos, resultaba vital equilibrar a los egos. Gil Robles seguiría en Guerra, así que a Chapaprieta le parecía fundamental que Lerroux también tuviera un sitio en el gabinete.

Francesc Cambó, líder de la Lliga Regionalista.

Si lo excluía de la lista ministerial, los radicales que verían al líder de la CEDA dentro y al suyo no, lo tomarían como un desplante y no tardarían en retirar su apoyo al gabinete. Ahora bien, eso suponía correr un riesgo muy alto, pues en las consultas Alcalá Zamora había dejado muy claro que no le quería más en el gobierno. ¿Qué ocurriría si el Presidente vetaba su lista?
Tras meditarlo algunas horas en el Ministerio de Hacienda, el candidato independiente volvió a sondear telefónicamente los ánimos y se encaminó a Palacio: Lerroux iba en su lista. Un poco angustiado la leyó al Jefe de Estado, a la espera de sus reproches y observaciones, pero contra todo pronóstico, Alcalá Zamora se limitó a exclamar: Aprobada. Tal vez, hasta él estaba cansado de aquella crisis de gobierno y con toda seguridad fue de farol con lo de disolver las Cortes.

Primer Consejo de Ministros presidido por Chapaprieta, 25 de septiembre de 1935.

Así el 25 de septiembre de 1935 tomó posesión el Gobierno Chapaprieta I: Presidencia y Hacienda, Joaquín Chapaprieta (independiente); Estado, Alejandro Lerroux (Radical); Trabajo, Sanidad y Justicia, Salmón Amorín (CEDA); Guerra, Gil Robles (CEDA); Marina, Pedro Rahola Molinas (Partido Republicano Conservador); Gobernación, Joaquín Pablo Blanco (Radical); Instrucción Pública y Bellas Artes, Rocha García (Radical); Obras Públicas y Comunicaciones, Luis Lucía (CEDA); Industria, comercio y agricultura, Martínez de Velasco (agrario).

Este fue el primer gabinete tecnócrata de la Segunda República. Su Presidente lo encabezó con la esperanza de poder completar las reformas financieras empezadas desde el Ministerio de Hacienda que tanto necesitaba el país. Con un poco de suerte, confiaba en poder centrar la atención en aquellos, haciendo pasar al debate político a un segundo plano. No tardaría en darse cuenta de que había caído en una trampa…




Bibliografía Consultada

ALEMANIA. Constitución de Weimar. Tecnos. Madrid. 2010.
AZAÑA, Manuel. Diarios Completos: Monarquía, República, Guerra Civil. Crítica. Barcelona. 2004. Intr. Juliá, Santos.
AZAÑA, Manuel. Discursos Políticos. Crítica. Barcelona. 2004. Ed. Juliá, Santos.
BUCLEY, Henry. Vida y muerte de la República Española. Austral. Madrid. 2004.
CAMBÓ, Francesc. Memòries (1876-1936). Alpha. Barcelona. 2008.
CHAPAPRIETA, Joaquín. La Paz Fue Posible. Ariel. Esplugues de Llobregat (Barcelona). 1971.
ESCUDERO, José Antonio. Curso de historia del derecho. Solana e hijos. Madrid. 2012.
DE RIVAS DE CHERIF, Cipriano. Retrato de un desconocido. Grijalbo. Barcelona. 1979.
GIL ROBLES, José María. No fue posible la paz. Ariel. Esplugues de Llobregat. (Barcelona). 1968.
JACKSON, Gabriel. La República española y la guerra civil (1931-1939). Orbis. Barcelona. 1985.
JULIÁ, Santos. Vida y tiempo de Manuel Azaña 1880-1940. Taurus. Madrid. 2008.
JULIÁ, Santos; PÉREZ, Joseph; VALDEÓN, Julio. Historia de España. Austral. Pozuelo de Alarcón (Madrid). 2008.
KELSEN, Hans. Teoría general del Estado. Comares. Granada. 2002.
MARICHAL, Juan. La vocación de Manuel Azaña. Cuadernos para el diálogo. Madrid. 1971.
NAVAS CASTILLO, Antonia; NAVAS CASTILLO, Florentina. El Estado Constitucional. Dykinson. Madrid. 2009.
PLA, Josep. Historia de la Segunda República. vol. I. Destino. Madrid. 1940.
PLA, Josep. Historia de la Segunda República. vol. II. Destino. Madrid. 1940.
PLA, Josep. Historia de la Segunda República. vol. III. Destino. Madrid. 1941.
PLA, Josep. Historia de la Segunda República. vol. IV. Destino. Madrid. 1941.
PLA, Josep. La Segunda República. Una crónica, 1931-1936. Destino. Barcelona. 2009.
PLA. Josep. Obra Completa vol. 33, El Passat Imperfecte. Destino. Barcelona. 1977.
SCHMITT, Carl. Posiciones antes el derecho. Tecnos. Madrid. 2012.
TORRES DEL MORAL, Antonio. Constitucionalismo histórico español. Universitatis. Madrid. 2012
TORRES DEL MORA, Antonio. Estado de derecho y democracia de partidos. Universitatis. Madrid.             2012.

lunes, 8 de junio de 2015

Dos hombres de derechas en la Segunda República (XV)

El Gobierno Lerroux VI y su gran revelación



Aunque no por méritos propios, el sexto gobierno de Alejandro Lerroux fue un poco más longevo que los anteriores que había presidido. Ello no lo convirtió en un gabinete más coordinado ni eficiente.
Los cinco ministros cedistas solían reunirse en un “gabinete aparte” para conciliar sus posturas de caras a los consejos de ministros, donde su cohesión frente a los radicales era el principal apoyo de su intransigencia –Gil Robles omite esta estrategia en sus memorias.
Para Lerroux, la concepción de la república se asemejaba a una monarquía sin rey. Un cambiarlo todo para no cambiar nada, respecto al régimen de 1876. No sentía ni la necesidad de disimular su comodidad por salir y entrar de sus breves gobiernos. Siempre vivió la acción de gobierno como una actitud decorativa, una pose frente a la calle, similar a la que adoptaba en sus mítines frente a los obreros, sólo que desde una tribuna parlamentaria. De ahí que sus gabinetes anduvieran siempre los caminos de las circunstancias, sin tratar jamás de trazar una senda propia.

Don Joaquín Chapaprieta, minsitro de Hacienda del gobierno Lerroux VI.

Gil Robles sí tenía un plan: avanzar hacia el coorporativismo católico que Dollfuss había implantado en Austria. Pero no dejaba de ver frustradas sus aspiraciones. Había derribado a todos los gobiernos desde 1933, pero eso era insuficiente; necesitaba tratar de operar desde uno para lograr algo.
Sin embargo, ni el líder radical ni el líder cedista aportaron nada al gobierno Lerroux VI. Su gran revelación fue el hombrecillo de salud frágil al que se había entregado la cartera de Hacienda: Chapaprieta.
Desde los años de Alfonso XIII, el político levantino había tenido claro qué España necesitaba una serie de reformas que acabasen con las estructuras clientelistas del poder, la corrupción endémica y el enchufismo que parecían traspasarse de régimen a régimen. Extraordinariamente humilde, tenemos que remitirnos a No fue posible la paz, en vez de a sus propias memorias, para encontrar descripciones de sus éxitos.

A Alejandro Lerroux siempre se le dio mejor el mitin que el gobierno.

Pocos días después del 6 de mayo de 1935, cuando tomó posesión el nuevo gobierno, Alcalá Zamora preguntó, en unos de los consejos que presidía en Palacio, si para final de año podría haber un presupuesto. La grave inestabilidad política había imposibilitado actualizar las cuentas públicas desde 1932. Para sorpresa de todos, el ministro de Hacienda les comunicó que en pocas semanas tendría preparado el nuevo presupuesto. Ni en el gobierno ni en el parlamento, nadie le tomó en serio.
Las burlas que sufrió en 1922 al asumir la cartera de trabajo, se repitieron en 1935 al ocupar Hacienda, en gacetillas, diarios y hasta en los corrillos del Congreso. Aquel hombre frágil parecía poco indicado para la tarea. Leal a su carácter, Chapaprieta nunca prestó oídos a las dudas infundadas sobre su persona. Tampoco se preocupó de rebatir una a una las críticas del debate político. Se limitó a trabajar infatigablemente durante varias semanas.

Gil Robles, ministro de la Guerra.

A lo largo de su trayectoria política, laboral y humana, Chapaprieta siempre confió mucho más en la dedicación que en el talento su “jornada en el Ministerio, apenas se interrumpía desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche, para terminar siempre cenando con alguno de sus colaboradores” (GIL ROBLES. 1968: 281). Por otro lado, su salud quebradiza exteriorizada en su lesión de columna que le había causado un aspecto ligeramente jorobado había constituido un obstáculo para granjearse el respeto ajeno, especialmente en la vida pública. Aquel desprecio no eran nada nuevo para él.
Tal vez por eso, el 29 de junio, ante el asombro general, se cumplían sus previsiones: las Cortes aprobaban los presupuestos de 1935, entre grandes aplausos y no sólo con los votos de la derecha. Muchos, entre ellos Augusto Barcia, miembros de la Acción Republicana de Azaña, se acercaron a felicitarle al banco azul, donde el hombrecillo sonreía satisfecho del resultado.

Imagen del Congreso durante la Segunda República.

Aquellos fueron los últimos presupuestos de la república y un sólido intento de impulsar la economía nacional por medio de políticas keinesianas, invirtiendo desde el Estado en infraestructuras clave. “Para obras públicas e hidráulicas, para creación de nuevas riquezas, para defensa nacional y para obreros, para todo eso, no solamente no haré economías sino que pondré a disposición de los ministros todo lo que necesiten. Lo vamos a ahorrar de los abusos, de los enchufes, de las inmoralidades” (Gil Robles. 1968:280).
No contento con esto, en menos de un mes, el 26 de julio consiguió sacar adelante la Ley de Restricciones, con la que pretendía iniciar un saneamiento exhaustivo de la administración. Entre otras medidas, consecuencia de esta ley fueron la moderación de altos salarios de cargos públicos, para subir la nómina a los funcionarios menores, suprimir dietas, despedir al personal público que hubiese abusado de su cargo para obtener réditos ilegales, unificar departamentos ministeriales, y suprimir en más de 300 el número de coches oficiales. Hay que decir que estas medidas siguen de bastante actualidad en el tercer milenio.
En sus memorias, Gil Robles habla de este pack económico como un mérito colectivo del gabinete. Nada parece justificar ese sentimiento de orgullo. Precisamente él se sientió agraviado al ver el presupuesto de su ministerio de guerra reducido a favor de de Obras Públicas e Instrucción Pública (educación). Las prioridades del ministro de Hacienda truncaron su deseo de renovar los uniformes de todo el estamento castrense, importar armas nuevas y abrir laboratorios para investigación de las primeras armas químicas.

Colonias españolas contemporáneas.

Otro punto importante de su gestión como ministro de Hacienda fue tratar de poner orden en las cuentas de las colonias. Aunque el antiguo imperio se había reducido al Sahara, el norte de Marruecos y Guinea Ecuatorial, lo cierto es que los desmanes en las cuentas de aquellos lugares parecían no tener fin.
Por desgracia, el resto del gabinete no pareció inspirarse en el metódico proceder del señor Chapaprieta. Las luchas internas entre cedistas y radicales se encarnizaban en su agresividad, azuzados el señor Portela que actúo como catalizador de la cizaña, se supone que inducido por el Presidente de la República. Lejos servir de distensión, las vacaciones del verano incrementaron la tensión, pues los distintos miembros del gobierno y sus partidos se lanzaron ataques desde diversidad de actos públicos.

Portela Valladares, ministro de gobernación (interior).

Así las cosas, el 20 de septiembre se celebró un consejo de ministros extraordinario. Una vez concluido, Lerroux fue a palacio para presentar la dimisión en pleno de todo el gabinete. Aquella sería la última vez que recibiría el encargo de formar gobierno. Para un hombre que en 1931 se pavoneaba, parafraseando al conde Romanones, de que “no moriría sin presidir un gobierno”, en ninguna de las seis ocasiones en que lo hizo puedo aportar a España, ya no una visión constructiva de Estado, sino un mínimo de estabilidad



Bibliografía Consultada

ALEMANIA. Constitución de Weimar. Tecnos. Madrid. 2010.
AZAÑA, Manuel. Diarios Completos: Monarquía, República, Guerra Civil. Crítica. Barcelona. 2004. Intr. Juliá, Santos.
AZAÑA, Manuel. Discursos Políticos. Crítica. Barcelona. 2004. Ed. Juliá, Santos.
BUCLEY, Henry. Vida y muerte de la República Española. Austral. Madrid. 2004.
CAMBÓ, Francesc. Memòries (1876-1936). Alpha. Barcelona. 2008.
CHAPAPRIETA, Joaquín. La Paz Fue Posible. Ariel. Esplugues de Llobregat (Barcelona). 1971.
ESCUDERO, José Antonio. Curso de historia del derecho. Solana e hijos. Madrid. 2012.
DE RIVAS DE CHERIF, Cipriano. Retrato de un desconocido. Grijalbo. Barcelona. 1979.
GIL ROBLES, José María. No fue posible la paz. Ariel. Esplugues de Llobregat. (Barcelona). 1968.
JACKSON, Gabriel. La República española y la guerra civil (1931-1939). Orbis. Barcelona. 1985.
JULIÁ, Santos. Vida y tiempo de Manuel Azaña 1880-1940. Taurus. Madrid. 2008.
JULIÁ, Santos; PÉREZ, Joseph; VALDEÓN, Julio. Historia de España. Austral. Pozuelo de Alarcón (Madrid). 2008.
KELSEN, Hans. Teoría general del Estado. Comares. Granada. 2002.
MARICHAL, Juan. La vocación de Manuel Azaña. Cuadernos para el diálogo. Madrid. 1971.
NAVAS CASTILLO, Antonia; NAVAS CASTILLO, Florentina. El Estado Constitucional. Dykinson. Madrid. 2009.
PLA, Josep. Historia de la Segunda República. vol. I. Destino. Madrid. 1940.
PLA, Josep. Historia de la Segunda República. vol. II. Destino. Madrid. 1940.
PLA, Josep. Historia de la Segunda República. vol. III. Destino. Madrid. 1941.
PLA, Josep. Historia de la Segunda República. vol. IV. Destino. Madrid. 1941.
PLA, Josep. La Segunda República. Una crónica, 1931-1936. Destino. Barcelona. 2009.
PLA. Josep. Obra Completa vol. 33, El Passat Imperfecte. Destino. Barcelona. 1977.
SCHMITT, Carl. Posiciones antes el derecho. Tecnos. Madrid. 2012.
TORRES DEL MORAL, Antonio. Constitucionalismo histórico español. Universitatis. Madrid. 2012
TORRES DEL MORA, Antonio. Estado de derecho y democracia de partidos. Universitatis. Madrid.             2012.

miércoles, 3 de junio de 2015

Dos Hombres de Derechas y la Segunda República (XIV)

El Nuevo Gobierno y las propuestas del Presidente


Acontecida la enésima crisis de gobierno del bienio negro, el Presidente de la República abrió nuevas consultas. Ante la negativa del Jefe del Estado a disolver las Cortes, la única opción posible pasaba por rehacer la coalición entre el partido radical y la CEDA. Eso no iba a ser fácil.
Gil Robles supeditó la participación de su partido a un mayor número de carteras, que al final resultaron cinco. Además exigió para sí la cartera de guerra. Aunque en No fue posible la paz escribe haberla pedido simplemente por su relevancia, a nadie escapa que en los siete meses que estuvo en ese ministerio, Franco fue nombrado jefe de Estado mayor, ni que otros golpistas del 18 de julio como Mola y Goded recibieron importantes ascensos. Diga lo que diga el líder cedista, en sus memorias, parece claro que el famoso golpe de 1936 se fraguó mientras él era ministro.

Joaquín Chapaprieta.

Por lo que respecta a Chapaprieta, también fue llamado a palacio en su condición de líder de la minoría de diputados independientes de centro derecha. Poco después de salir de la cámara presidencial, recibió la llamada del señor Alba, el presidente de las Cortes. Le pedía una reunión en su despacho.
Antiguo miembro del partido liberal bajo la monarquía, Alba se había afiliado al partido de Lerroux pocas semanas antes de las elecciones de 1933. En la breve entrevista, le transmitió a Chapaprieta el deseo del líder radical de que entrase en el gobierno como ministro de Hacienda. Si bien, Lerroux condicionaba su oferta a que no lo hiciera como diputado independiente, sino como miembro del grupo radical.

Efigie de Lerroux en un sello.

Para su sorpresa, Chapaprieta se negó. Si entraba así en el gobierno, parecería “y con razón” (CHAPAPRIETA. 1971:162) que sólo se habría hecho radical por interés personal. Tampoco quería ser desleal con la CEDA que le había permitido llegar a ser diputado independiente poniéndolo a la cabeza de su lista por Alicante, sin exigirle nada.
Horas más tarde, recibió la vista de un agradecido Gil Robles quien le comunicó su deseo de que entrara en el gobierno como independiente. A partir de ahí el líder cedista presionó a Lerroux para que aceptase la entrada de Chapaprieta en la gabinete. En este tira y afloja encontró un inusual aliado: el propio Alcalá Zamora. Obsesionado con que hubiera ministros leales a él, ya había impuesto a Lerroux la presencia de Portela y a un liberal demócrata, partido del que era cofundador. Un independiente, como Chapaprieta, elucubró que le sería fiel.

Gil Robles, ministro de la guerra, con el general Franco su Jefe de Estado Mayor.

Por fin, el 6 de mayo de 1935 tomó posesión el nuevo gobierno de coalición radical cedista, el gobierno Lerroux VI. Su composición fue: Presidencia, Lerroux (radical); Estado, Juan José Rocha (radical); Justicia, Cándido Casanueva (CEDA); Guerra, José María Gil Robles (CEDA); Marina, Antonio Royo Villanova (agrario); Hacienda, Joaquín Chapaprieta (independiente, centro derecha); Gobernación, Manuel Portela Valladares (independiente); Instrucción Pública, Joaquín Dualde (liberal demócrata); Obras Públicas, Manuel Marraco (radical); Trabajo, Federico Salmón (CEDA); Agricultura, Nicasio Velayos (agrario); Industria y Comercio, Rafael Aizpún (CEDA); Comunicaciones, Luis Lucía (CEDA). España volvía a tener gobierno, esta vez con las Cortes abiertas.
Pocos días después, siguiendo lo que se había convertido en una costumbre, Alcalá Zamora convocó un consejo de ministros presidido por él en palacio. En uno de sus farragosos soliloquios, les expuso a los ministros su parecer sobre la situación política y social. A su modo de entender, el gobierno tenía las siguientes prioridades:
a)   Volver a poner en marcha las Cortes. La actividad legislativa estaba paralizada por los continuos cambios de gobierno y los hechos de octubre, desde septiembre de 1933.
b)      Estabilizar la situación económica de la Administración.
c)      Elaborar una nueva ley electoral.
d)      Reformar la constitución. Las modificaciones debían pivotar entorno a dos ejes:
a.       Crear un Senado
b.      Solventar la cuestión religiosa

Escudo Presidencial de Niceto Alcalá Zamora.

De entre estos objetivos, los dos primeros parecen muy lógicos. En cuanto al tercero, las derechas y el centro temían, desde hacía tiempo, una derrota electoral, cuando se disolviera el parlamento, golpe que pretendían amortiguar modificando la ley electoral de 1933. La propuesta era cambiar de un sistema de mayorías a un sistema de representación proporcional, como el que recientemente había adoptado Bélgica. Pero al final no se llegó a nada, porque radicales y cedistas, aunque estaban de acuerdo en la idea general, no querían ceder en los tecnicismos que podían favorecer a unos u otros en los comicios.
Más extraña resulta la petición de reformar la constitución. Con un país arruinado y un régimen que apenas había vivido cuatro años ¿por qué era aquello una prioridad para el Presidente? Pues bien, vamos a tratar de desentrañar el misterio.
El procedimiento de reforma constitucional se regulaba en el art. 125, el último de la carta magna, donde se establecía que durante los primeros cuatro años de su vigencia, la constitución sólo se podría reformar por mayoría de dos tercios de los diputados. Después bastaría la mayoría absoluta. Al estar en 1935, prima fice, ya se podrían introducir reformas en la Ley Suprema por el último mecanismo.

Quema de un convento jesuita en Madrid (1931). El anticlericalismo radical causó estragos durante la Segunda República.

Como profundo católico, el Presidente de la República se manifestó en el debate constitucional partidario de mantener la confesionalidad del Estado, dentro de un régimen de tolerancia con otras religiones, similar fijado por Cánovas en la constitución de 1876. La CEDA se avenía a este proyecto, pero los radicales se mostraban más partidarios de la laicidad, sin perjuicio de mejorar las relaciones con la Santa Sede mediante un nuevo concordato.
En cuanto al senado, en sus Memorias, Alcalá Zamora realiza la delirante afirmación de que con una cámara alta (y sin su destitución) se habrían evitado la guerra civil. Semejante “tesis”, compartida por algunos derechistas entre ellos Gil Robles carece de sentido. Lo que se planteaba desde esos postulados era la posibilidad de crear un senado con unos sistemas de elección tales que garantizaran una permanente mayoría conservadora en aquella cámara. De ese modo, siempre que el sistema bicameral fuera perfecto, es decir, con iguales competencias para ambas cámaras, se podría paralizar un congreso dominado por las izquierdas.

El proyecto de constitución de la Primera República sí preveía un sistema bicameral con senado.

¿Pero qué buscaba realmente el Presidente de la República al pedir a su gobierno que impulsar esta reforma en un momento en mil asuntos más urgentes acuciaban al país? Pues bien, desde principios de año, Alcalá Zamora veía claro que las Cortes surgidas de 1933 no iban a ninguna parte, pero se negaba a disolverlas por temor a que las siguientes lo destituyeran aplicando el art. 81 de la constitución.
Ahora bien, si las Cortes emprendían una reforma constitucional, tanto si esta se aprobaba como si fracasaba en la votación, la constitución ordenaba la autodisolución de las Cortes sin intervención del Presidente. Por este tortuoso camino ambicionaba el jefe del Estado procurarse un nuevo parlamento sin riesgo a verse despojado de su cargo, aunque fuera a costa de la integridad de la ley fundamental de la Nación.

Edición de lujo de las Constitución de 1931 con la efigie de Besterio, Presidente de las Cortes Constituyentes.

Para su desgracia, ni Lerroux ni Gil Robles mordieron el anzuelo. Se abrieron algunas subcomisiones en el Congreso para discutir el tema, pero nunca llegó a materializarse proyecto de reforma constitucional alguno.



Bibliografía Consultada

ALEMANIA. Constitución de Weimar. Tecnos. Madrid. 2010.
AZAÑA, Manuel. Diarios Completos: Monarquía, República, Guerra Civil. Crítica. Barcelona. 2004. Intr. Juliá, Santos.
AZAÑA, Manuel. Discursos Políticos. Crítica. Barcelona. 2004. Ed. Juliá, Santos.
BUCLEY, Henry. Vida y muerte de la República Española. Austral. Madrid. 2004.
CAMBÓ, Francesc. Memòries (1876-1936). Alpha. Barcelona. 2008.
CHAPAPRIETA, Joaquín. La Paz Fue Posible. Ariel. Esplugues de Llobregat (Barcelona). 1971.
ESCUDERO, José Antonio. Curso de historia del derecho. Solana e hijos. Madrid. 2012.
DE RIVAS DE CHERIF, Cipriano. Retrato de un desconocido. Grijalbo. Barcelona. 1979.
GIL ROBLES, José María. No fue posible la paz. Ariel. Esplugues de Llobregat. (Barcelona). 1968.
JACKSON, Gabriel. La República española y la guerra civil (1931-1939). Orbis. Barcelona. 1985.
JULIÁ, Santos. Vida y tiempo de Manuel Azaña 1880-1940. Taurus. Madrid. 2008.
JULIÁ, Santos; PÉREZ, Joseph; VALDEÓN, Julio. Historia de España. Austral. Pozuelo de Alarcón (Madrid). 2008.
KELSEN, Hans. Teoría general del Estado. Comares. Granada. 2002.
MARICHAL, Juan. La vocación de Manuel Azaña. Cuadernos para el diálogo. Madrid. 1971.
NAVAS CASTILLO, Antonia; NAVAS CASTILLO, Florentina. El Estado Constitucional. Dykinson. Madrid. 2009.
PLA, Josep. Historia de la Segunda República. vol. I. Destino. Madrid. 1940.
PLA, Josep. Historia de la Segunda República. vol. II. Destino. Madrid. 1940.
PLA, Josep. Historia de la Segunda República. vol. III. Destino. Madrid. 1941.
PLA, Josep. Historia de la Segunda República. vol. IV. Destino. Madrid. 1941.
PLA, Josep. La Segunda República. Una crónica, 1931-1936. Destino. Barcelona. 2009.
PLA. Josep. Obra Completa vol. 33, El Passat Imperfecte. Destino. Barcelona. 1977.
SCHMITT, Carl. Posiciones antes el derecho. Tecnos. Madrid. 2012.
TORRES DEL MORAL, Antonio. Constitucionalismo histórico español. Universitatis. Madrid. 2012
TORRES DEL MORA, Antonio. Estado de derecho y democracia de partidos. Universitatis. Madrid.             2012.

lunes, 1 de junio de 2015

Dos Hombres de Derechas y la Segunda República (XIII)

El Gobierno Doméstico de Lerroux


La ruptura de la coalición entre la cedistas y radicales el 29 de marzo de 1935 abrió un problemático escenario para el que únicamente había dos soluciones: disolver las Cortes o acceder a las exigencias de Gil Robles que condicionó un nuevo pacto con los radicales a obtener un mayor número de carteras ministeriales.
El Presidente de la República veía con desagrado ambos planes. Una entrega de más poder ejecutivo a la CEDA implicaba dar las llaves de la república a unos enemigos del régimen. En cuanto a la llamada a elecciones, le suponía un problema personal, pues el art. 81 in fine de la constitución establecía que si el Presidente disolvía dos veces las Cortes durante su mandato, el Parlamento nacido de la segunda disolución debía aprobar su decisión por mayoría absoluta. En caso de no hacerlo, el Presidente quedaba automáticamente destituido, posibilidad que lo aterraba.

A principios de 1935, las esperanzas puestas en la república por la gente empezaban a decaer.

El 30 de marzo empezaron a ser llamados a palacio diferentes líderes de las mayorías parlamentarias. Entre los partidos de derechas, tanto Gil Robles, como Velasco, Cambó, Maura y el propio Lerroux se manifestaron contrarios a disolver las Cortes, pese a que ninguno de ellos supo exponer cómo rehacer la coalición de gobierno.
Por vez primera fue también llamado a la cámara presidencial Joaquín Chapaprieta. Según sus propias palabras, desde el inicio de la legislatura, había limitado su actividad parlamentaria a lo exclusivamente económico. Pero pocas semanas antes de la última crisis, la decena de diputados independientes de centro derecha que había en la cámara conformaron un grupo minoritario propio, para facilitarse la participación en los debates, y lo escogieron portavoz. En tal condición fue llamado por Alcalá Zamora.

Los líderes políticos eran llamados al interior del Palacio de Oriente, sede la Presidencia de la Nación.

Chaparieta provenía de la restauración. En aquel régimen hubo dos clases de políticos, y no precisamente liberales y conservadores; sino la mayoría, los oportunistas que medraron en política mediante las corruptelas, frente a un puñado de hombres que trataron de ayudar a su país desde el poder. Estos hombres se caracterizaron por ser ideológicamente asépticos, defensores de las medidas técnicas y la transigencia. Dentro de este corriente estaba nuestro hombrecillo.
El día 1 de abril, Lerroux salió de palacio con el encargo de formar gobierno, pero la CEDA se opuso, así que en pocas horas declinó el encargo. Pasó el turno a Velasco, el líder del partido agrario, que salió de Palacio dispuesto a cumplir con su cometido. Entre otros, se entrevistó con Chapaprieta al que, para su sorpresa, ofreció el ministerio de Hacienda. Sin embargo, ante la oposición de Gil Robles, Velasco también rechazó la invitación para formar gobierno.

José Martínez de Velasco, líder del partido agrario.

Tras tan largas e infructuosas consultas, el Presidente de la República optó por un apaño temporal, breve y bastante absurdo: el denominado “gobierno doméstico”. Encargó a Lerroux formar un gobierno a base de radicales, independientes y técnicos, excluyendo a la CEDA. Haciendo uso de otra facultad que se le confería al jefe del Estado para con el Congreso, sancionó el decreto de suspensión. La constitución de 1931, precisamente en el art.81, permitía al jefe del Estado suspender las secesiones de las Cortes durante algún tiempo, si lo estimaba conveniente. Así el Presidente quiso evitar el enfrentamiento entre los legisladores y el nuevo gabinete, prolongando su vida artificialmente.
Como solución para salvar al gobierno de un congreso hostil, fue de hacerse trampas al solitario, porque a diferencia de lo que ocurría en otros países como la Alemania de Weimar cuya constitución permitía, en su art. 48, al gobierno aprobar decretos de emergencia, sin pasar por el parlamento, si el jefe de Estado los sancionaba, en la república española no existía posibilidad alguna de legislar fuera del congreso. ¿En qué iba a consistir la acción de aquel gobierno entonces?

Portada de La Vanguardia tras las elecciones de 1933.

El 3 de abril de 1935 tomó posesión el gobierno Lerroux V, un gobierno que nunca se relacionaría con el Parlamento. Su composición fue la siguiente: Presidencia, Alejandro Lerroux (radical); Estado, Juan José Rocha García (radical); Justicia, Vicente Cantos Figuerola; Guerra, Carlos Masquelet (militar); Marina, Francisco Javier de Salas (militar); Hacienda, Alfredo de Zavala (republicano progresista); Gobernación, Manuel Portela Valladares (independiente); Instrucción Pública, Ramón Prieto Bances; Obras Públicas, Rafael Guerra Río (radical); Trabajo, Eloy Vaquero (radical); Agricultura, Juan José Benayas (republicano progresista); Industria y Comercio, Manuel Marraco (radical); Comunicaciones, César Jalón (radical).
Quizás este gobierno fuese lo más parecido a una coalición entre Lerroux y Alcalá Zamora. Casi un tercio de las carteras se vinculaban al jefe del Estado, en aquel gobierno de mayoría radical. Bien presente se debe tener que los progresistas eran un pequeño partido de centro derecha fundado por el Presidente. También el ministro de marina fue una elección personal de Alcalá Zamora, a quien le fue recomendado por su cuarto militar*. Más aún de su confianza era, como dijimos, Portela Valladares.
Por orden de Lerroux, el radical Rocha se había entrevistado con Chapaprieta para ofrecerle la cartera de agricultura, prometiéndole Hacienda "tan pronto como fuera posible". Aunque agradecido, el diputado independiente rechazó la oferta. Para él entrar en un gobierno por entrar, en un área cuya complejidad desconocía, carecía de sentido para él.

Decreto de 1932, con la firma de Giral, entonces Ministro de la Marina, y la del Presidente Alcalá Zamora.

En cualquier caso, este gobierno nació muerto. Gil Robles lo sentenció anunciando que lo haría caer tan pronto como expirara el decreto de suspensión. Sin posibilidad de aprobar leyes, aquel gabinete vio limitada su acción gubernamental a modificar algunos reglamentos y tareas similares puramente administrativas. Con la reapertura de las Cortes, Lerroux dimitió a primeros de mayo, apenas cuatro semanas después de prometer el cargo.


*El cuarto militar del Presidente de la República, muy similar al actual cuarto militar de la Casa Real, lo componían los militares que por elección del jefe del Estado debían asesorarle materia militar.



Bibliografía Consultada

ALEMANIA. Constitución de Weimar. Tecnos. Madrid. 2010.
AZAÑA, Manuel. Diarios Completos: Monarquía, República, Guerra Civil. Crítica. Barcelona. 2004. Intr. Juliá, Santos.
AZAÑA, Manuel. Discursos Políticos. Crítica. Barcelona. 2004. Ed. Juliá, Santos.
BUCLEY, Henry. Vida y muerte de la República Española. Austral. Madrid. 2004.
CAMBÓ, Francesc. Memòries (1876-1936). Alpha. Barcelona. 2008.
CHAPAPRIETA, Joaquín. La Paz Fue Posible. Ariel. Esplugues de Llobregat (Barcelona). 1971.
ESCUDERO, José Antonio. Curso de historia del derecho. Solana e hijos. Madrid. 2012.
DE RIVAS DE CHERIF, Cipriano. Retrato de un desconocido. Grijalbo. Barcelona. 1979.
GIL ROBLES, José María. No fue posible la paz. Ariel. Esplugues de Llobregat. (Barcelona). 1968.
JACKSON, Gabriel. La República española y la guerra civil (1931-1939). Orbis. Barcelona. 1985.
JULIÁ, Santos. Vida y tiempo de Manuel Azaña 1880-1940. Taurus. Madrid. 2008.
JULIÁ, Santos; PÉREZ, Joseph; VALDEÓN, Julio. Historia de España. Austral. Pozuelo de Alarcón (Madrid). 2008.
KELSEN, Hans. Teoría general del Estado. Comares. Granada. 2002.
MARICHAL, Juan. La vocación de Manuel Azaña. Cuadernos para el diálogo. Madrid. 1971.
NAVAS CASTILLO, Antonia; NAVAS CASTILLO, Florentina. El Estado Constitucional. Dykinson. Madrid. 2009.
PLA, Josep. Historia de la Segunda República. vol. I. Destino. Madrid. 1940.
PLA, Josep. Historia de la Segunda República. vol. II. Destino. Madrid. 1940.
PLA, Josep. Historia de la Segunda República. vol. III. Destino. Madrid. 1941.
PLA, Josep. Historia de la Segunda República. vol. IV. Destino. Madrid. 1941.
PLA, Josep. La Segunda República. Una crónica, 1931-1936. Destino. Barcelona. 2009.
PLA. Josep. Obra Completa vol. 33, El Passat Imperfecte. Destino. Barcelona. 1977.
SCHMITT, Carl. Posiciones antes el derecho. Tecnos. Madrid. 2012.
TORRES DEL MORAL, Antonio. Constitucionalismo histórico español. Universitatis. Madrid. 2012
TORRES DEL MORA, Antonio. Estado de derecho y democracia de partidos. Universitatis. Madrid.             2012.